Eran los días iniciales de la construcción cuando llegó una hermana de la congregación pidiendo ayuda para su hijo. Mientras más me hablaba de su situación, más me daba cuenta
de mi ignorancia acerca de todo lo relacionado con drogas. Después de orar con
ella, me fui a estudiar. Aprendí que según un estudio de la
Academia Americana de Pediatría, cada día, en los Estados Unidos, aproximadamente
4,700 chicos menores de 18 años, prueban la marihuana por primera vez. ¡CUATRO
MIL SETECIENTOS! ¡Cada día! Aun considerando que el estudio está
desactualizado, es una cifra alarmante.
* * * * * * *
Iniciamos
las obras preliminares de nuestra casa con gran expectativa. Aunque el maestro
de obras Dueñas sólo estaría presente para abrir y cerrar cada día, Segundo se
haría cargo de las relativamente simples labores de la primera semana: trazos, niveles,
zanjos y armado de hierro. El diseño simétrico y sencillo de la casa debería facilitar
aún más su trabajo.
Pero a la
segunda mañana Dueñas y yo descubrimos que Segundo se había equivocado en el
trazo del día anterior. Nada grave, pero significó quitar las niveletas y repetir
el trabajo. Sabiendo que esto no habría pasado si él hubiese estado presente,
Dueñas se quedó más tiempo esa mañana rehaciendo el trazado personalmente,
mientras Segundo avanzaba con los primeros zanjos. Por mi parte, comencé a
comprar los materiales para la cimentación: cemento, arena, grava, hierro. ¿El
monto de la primera compra de cemento? Cuatro mil setecientos lempiras exactos.
No esperaba
que lloviera, pero llovió. Y llovió en lo que parecía el peor momento posible: ¡cuando
Segundo había terminado todos los zanjos! Las paredes de los zanjos se habían
desplomado, básicamente rellenando los zanjos hasta la mitad. Con todo ese
trabajo perdido y con amenazas de más lluvia, pusimos a Segundo a armar el
hierro de las zapatas. Simplemente tendría que sincronizar cuidadosamente la
lluvia, el armado de hierro, la limpieza y reparación de los zanjos, la compra
de materiales y la contratación de obreros según la disponibilidad de trabajo.
Al final de la primera semana, los atrasos no dejaron mucho que mostrar en
términos de obra, pero siempre tenía que pagar la mano de obra. ¿El monto de la
primera planilla? Cuatro mil setecientos lempiras exactos.
Para
entonces, el Señor había llamado mi atención con el número 4,700. ¿Pero qué
significaba? Aún no lo entendía. Mientras tanto, descubrí que Segundo había
armado mal el hierro de las zapatas aisladas. En vista de que había lloviznas
esporádicas, el maestro Dueñas se encargó de desarmar y rearmar el hierro y autorizamos
a Segundo un par de días para hacer un trabajito de fontanería en otro proyecto
cercano. Entonces salió el sol y la tierra se secó. De repente nos
encontrábamos urgidos por rehacer los zanjos, pero sin el obrero para hacerlo, así
que contratamos una cuadrilla de Flores de Oriente que hizo el trabajo
excelentemente en un par de días. Segundo llegó justo a tiempo para instalar el
hierro para las zapatas corridas en el suelo de los nuevos zanjos.
Era ya el
momento de comprar los 1,500 bloques para el sobrecimiento. Cualquier atraso en
el pedido significaría un atraso en la entrega y, por ende, un atraso en la
obra. Tenía 3 ó 4 cotizaciones y ya estaba decidido por un proveedor, pero algo
dentro de mí me inquietaba. Por alguna razón, me sentía atraído a una oferta
que no era ni por cerca la más barata. Ni siquiera recuerdo cómo había llegado
a mí el vendedor, pero decidí que valdría la pena llamarlo y tratar de negociar
un mejor precio. Alcancé su tarjeta de presentación y mis ojos reposaron en el
número telefónico: 555-4700. ¡Esto era! No sé cómo el Señor lo hizo, pero lo
hizo. Finalmente había descubierto el mensaje del cuatro mil setecientos. Llamé
al tipo y él fue claro en explicar que me entregaría 750 bloques primero y el
resto dos días después, y que la fecha de entrega dependía de que no lloviera.
Si llovía, el río se llenaría y no podrían dragar el río para obtener el
material necesario para fabricar los bloques. Honestamente, no me importaba.
Estaba convencido de que el Señor quería que le comprara 1,500 bloques a este
hombre, pasara lo que pasara. Le compré los bloques sin imaginarme por qué el
Señor había elegido precisamente a este proveedor.
Cuando vine
a revisar el hierro para las zapatas corridas, encontré que Segundo había
amarrado todos los bastones al revés. En vista de que el trabajo de fontanería
en el otro proyecto se le había ampliado, le cedí otro permiso para terminarlo
mientras Dueñas reparaba los bastones y fundía las zapatas. Haciendo un
inventario, me daba cuenta que todo trabajo de Segundo se había tenido que
deshacer y rehacer. TODO. Algo no andaba bien, ¿pero qué? Fue el mismo Segundo
quien aclaró mi inquietud cuando pidió hablar conmigo a solas. “Usted sabe”, me
dijo, “que yo también soy maestro de obras y que podría construirle su casa. ¿Por
qué no tratamos directamente usted y yo?”. No podía creerlo. Se suponía que
Segundo era cristiano. ¡Y oveja de la iglesia que Dueñas pastoreaba! Ahora
estaba queriendo quitarle el puesto a su pastor y jefe. Para mí, esto era
insólito. Mi fidelidad era para con Dueñas, así que hablé con él. “No sé qué le
pasa a Segundo”, dijo. “Nunca ha diezmado y me acabo de enterar que me está
dividiendo la iglesia”. ¡Caramba!
De repente,
todo vino a mí. Mi oración pidiendo al Señor que santificara esta casa desde
los cimientos. La elección del maestro de obras. La fecha de inicio. Todas las
obras de Segundo, deshechas y vueltas a hacer por otro. La lluvia deshaciendo
los zanjos… Hablé nuevamente con Segundo; no en calidad de jefe o de
arquitecto, sino como un hermano en la fe. Traté de hacerle ver que no estaba
bien lo que hacía; dividir la iglesia, no diezmar, codiciar el trabajo de otro.
No sé si lo logré, pero lo intenté.
Cuando el camión
trajo los primeros 750 bloques, Segundo aún trabajaba en la fontanería del otro
proyecto y llegó a hablar conmigo nuevamente. Me dijo que aunque no haríamos trato
por la construcción de la casa, él me guardaba tanto aprecio que quería REGALARME
dos días de su trabajo pegando bloques cuando terminara su proyecto de
fontanería. No hallé cómo decirle que no; que el Señor no lo permitiría; que no
quería tener que deshacer y rehacer otra obra… Pero el Señor, en su infinita
sabiduría, lo tenía todo preparado.
Llovió río
arriba, mas no en el valle. La segunda entrega de bloques se atrasó, mas no la
obra de nuestra casa. Llamé al 555-4700 para indagar sobre la fecha de entrega
con el vendedor, pero ya no trabajaba allí. Al parecer, fui el último cliente
que atendió y nadie podía darme mayor información. Cuando Segundo terminó su
fontanería y llegó a cumplir su promesa de dos días de trabajo, Dueñas ya había
pegado todos los bloques de la primera entrega. No había bloques para que
Segundo pegara. De todo corazón le agradecí su gesto, su buena intención; pero
no había trabajo para él. Segundo recogió todas sus herramientas y se marchó. El
día siguiente llegó el resto de los bloques.