No puedo enfatizar demasiado la importancia de haber comenzado a construir en la fecha en que lo hicimos. La fecha exacta estaba vinculada a desórdenes climatológicos que luego resultaron ser cruciales. No es que yo hubiese elegido la fecha, sino que hubo una serie de coincidencias extraordinarias respecto a la fecha de inicio – de esas que son demasiado extraordinarias como para aceptarse como meras coincidencias – que me convencieron de que Dios estaba en el asunto.
Después de mucho tiempo de orar, sembrar y ahorrar, finalmente
me había reunido con el maestro de obras Arístides Dueñas, quien también era
pastor de una congregación de La Lima. Viendo que él no conocía el sistema
constructivo de steirofoam reforzado, quedamos en que yo lo supervisaría de
cerca mientras aprendía, y fijamos una fecha para iniciar. Pero la semana antes
de arrancar, Arístides tuvo un percance serio con un perro que lo dejó con
dolor, malestar y dificultad para movilizarse. Aunque el médico le recetó
reposo absoluto, él quería comenzar como acordamos, si yo le permitía ir al
proyecto sólo a abrir y cerrar la jornada de trabajo. Durante su recuperación, su
segundo en mando (a quien llamaremos Segundo)
se haría cargo de la obra del día. Parecía ser lo mejor que podíamos hacer,
dadas las circunstancias. Pero aún tenía dudas.
Estando en el banco, llenaba una hoja de retiro cuando me
percaté de que había ingresado la fecha equivocada. Pregunté la fecha correcta al
guardia del banco, pero él me dio la misma que yo había ingresado. Una vez en
caja, la cajera confirmó que mi fecha estaba equivocada. Algo confundido, llené
una nueva hoja, pero no podía sacudirme la noción de que el Señor me estaba
queriendo decir algo. Finalmente entendí que esa era la fecha en que debíamos
comenzar a construir. Y así lo hicimos.
Esa fecha – la que había estado “equivocada” – fue la
primera de una serie de enseñanzas que Dios me ha dado sobre cómo Él hace
funcionar los números y los tiempos. Pero lo verdaderamente asombroso es que
fue seleccionada por el Señor mismo para echar
a perder todo el trabajo que hizo Segundo en nuestro proyecto. Todo porque
habíamos orado de corazón: Señor, que esta casa sea agradable a Ti DESDE SUS CIMIENTOS.