Wednesday, December 17, 2014

El Propósito del Libro

Desde niño me acostumbré a ver libros en casa y me convertí en un bibliófilo moderado. Desde que mi papá me daba dinero para mis gastos personales, siempre ofreció rembolsarme cualquier libro que comprara. (Hoy tiene el mismo trato con sus nietos.) Mi mamá ha escrito más libros en más ediciones de los que pueda llevar cuenta alguien que no sufra de un desorden obsesivo compulsivo. En algún sentido, es natural que haya querido escribir un libro. Y aunque este es mi primer libro, no es el primero que intenté escribir.

Hace varios años comencé a escribir sobre la transformación que Jesús efectuó en la vida de Pedro. Luego empecé a transformar eso en una especie de autobiografía, pero nunca logré conciliar algunos puntos. Primero, si uno va a escribir un libro por primera vez en su vida, quizás sea mejor escribir sobre lo que uno sabe y conoce, no sobre la vida en Galilea en tiempos de Simón Pedro. Pero si uno va a escribir sobre su propia experiencia, ¿acaso no se merecen alguna consideración los demás protagonistas? Una biografía explícita a manera de novela podría ser interesante, pero dejaría en mal a muchos. Y una semi-autobiografía podría no hacer justicia. Pero más profundamente, había una pregunta insistente: ¿Por qué quieres escribir un libro?

Me tomó cerca de dos años encontrar la respuesta. Quiero escribir un libro para edificar a mis hermanos de Iglesia Piedras Vivas. Un libro lo suficientemente sencillo como para que no se desanimen mis hermanos que no crecieron en casas llenas de libros y para los cuales leer es una obligación preferiblemente dejada sin atender. Un libro acerca del cual pueda hablar con propiedad sin preocuparme demasiado por la exactitud histórica o teológica. Un libro eminentemente práctico que anime a mis hermanos a creer en el Dios de lo imposible con esperanza permanente y fe inquebrantable. Un libro que exalte al Señor nuestro Padre por Su bondad y lo bueno que ha sido conmigo.

YO Y MI CASA es ese libro. Contienen la historia de cómo Dios nos dio a mi familia y a mí la casa en que vivimos, usando diversos medios y maneras, tanto naturales como sobrenaturales. Mi deseo es que sirva para edificarte y animarte. Estará disponible en Iglesia Piedras Vivas de La Lima a partir del 2015.

La Pérgola, el Gazebo y la Casa en el Árbol

Alquilar una casa (en vez de comprarla) puede ser lo más sensato en términos financieros; pero en términos emocionales, la historia es otra. (Y por lo general, las casas se compran emocionalmente.) Anhelamos un lugar que podamos llamar propio. Un sitio donde colgar el sombrero. Dónde sembrar las hortensias sin necesidad de maceteras para poder llevarlas en la próxima mudanza. Compramos una casa deseando un hogar.

Desde antes de casarnos, Abbie siempre quiso un gazebo. Y una pérgola. O un gazebo y una pérgola. (Para aquellos que no leen Casa Y Campo, un gazebo es un kiosko con nombre italiano, y una pérgola es una patastera glorificada.) A veces, mientras trabajábamos el jardín de una cliente, Abbie visualizaba un gazebo. A veces visualizaba una pérgola. Sospecho que su corazón está decorado con ambos y que su preferencia por uno u otro u ambos sube y baja con las mareas de la vida. Pero si hay algo que siempre pidió para nuestra casa era un gazebo. Y también una pérgola.

Me tomó algún tiempo reunir el valor y los materiales para iniciar lo que sería la primer ampliación de nuestra casa. (Quizás el valor resultó más escaso, pues tiendo a tomarme mi tiempo diseñando como para no tener que retocar después.) Tras definir lo que Abbie quería, los niños y yo le regalamos el piso y las columnas de la pérgola. Algún tiempo después logramos que don Roberto Delgado, un viejo carpintero de los que saben cómo hacer casas como las hacía la Tela R.R.Co., armara la estructura superior de madera. (¡Ver cómo lo hizo él sólo es un espectáculo en sí!) Con unos pallets de madera curados hice en el patio trasero una plataforma sobre la cual instalé el gazebo que unos hermanos le obsequiaron a Abbie para su cumpleaños. La ampliación habría sido todo gozo y alegría de no ser por un pequeño accidente…

Por años, Ian había estado pidiendo una casa de árbol. No se la había hecho aún por dos razones. La primera, porque ninguno de nuestros árboles había crecido aún lo suficiente como para sostener una casita. La otra, ¡porque él quería una mansión a donde mudarse! Pero para esos días, viendo que se acercaba el cumpleaños de Ian y que hay una edad óptima en la vida para disfrutar al máximo las casas de árbol, decidí hacérsela. Resolvería el problema del árbol elevando una plataforma de pallets alrededor del mismo. Un segundo módulo, también de pallets, estaría levantado sobre un poste a unos ocho pies. Un puente colgante uniría ambas partes.

Mi amigo Aldo me ayudó a armarlo mientras don Roberto nos daba algunos consejitos que evidenciaban nuestra inexperiencia. Por la mañana del cumpleaños de Ian estaba casi todo listo. Faltando una hora para que Ian llegara a casa de la escuela, me fui a instalar solo los pasamanos de laso del puente. El lado izquierdo fue fácil, porque pude amarrarlo de pie sobre el suelo. Pero el lado derecho estaba muy cerca al árbol de limón. Instalando una escalera entre el limón y el puente, y evitando cuidadosamente las ramas espinosas, subí a hacer los amarres. Casi para terminar, tuve la necesidad de apoyarme sobre el puente. Cuando mi peso presionó hacia abajo, el puente jaló del módulo superior, el cual estaba clavado a sus soportes en puntos débiles. El módulo entero – un cubo de unos 4’x4’x4’ – se vino abajo hacia mí. Bajo uno de mis pies, el puente cedió; el otro se me trabó en la escalera, y me la traje abajo conmigo. Caí entre los espinos con el laso amordazándome el brazo, mientras seis pallets de madera se estrellaban junto a mí.

Don Roberto corrió a socorrerme. Me levanté golpeado, rayado, sangrando y con quemaduras de laso. ¡Cómo arden las espinas del limón! Corrí al baño – quería limpiarme antes de que llegaran Abbie y los niños. Frente al espejo, lentamente asimilé lo que acababa de pasar. Si hubiese estado un poco más hacia un lado, todo aquello me habría caído encima. Fácilmente me habría quebrado un par de huesos. Peor aún, si no me hubiese pasado esto, le habría sucedido a Ian y a sus amigos, corriendo juntos por treparse a la plataforma más alta. ¡Eso habría sido trágico! El Señor nos libró. ¡Y cómo arden las espinas! Allí frente al espejo, lloré lágrimas de gratitud. Por aquel Jesús nazareno que sufrió la corona de espinos. Sufrió la caída bajo el pesado madero. Sufrió las heridas. Para que tú y yo no muramos.

Tras asegurarle a Abbie y a los niños de que me encontraba bien, los hermanos del departamento de Mantenimiento nos ayudaron a reinstalar el módulo superior. Esta vez, lo fijó don Roberto, no yo.

Ni la pérgola, ni el gazebo, ni la casa en el árbol están completamente terminadas. Funcionan, y se usan, pero aún no son el pleno cumplimiento del anhelo. Abbie aún no decide si quiere o no ponerle techo a la pérgola. La lona original del gazebo se pudrió, y ahora tiene otra cubierta. Esta semana compré laso para remplazar los pasamanos deteriorados del puente, pero Ian quiere que se le teche la cubierta superior y que le pongamos electricidad.

Una casa nunca está realmente terminada. Mientras haya un hogar, crecerán los corazones y los sueños, y la casa evolucionará para acomodarlos. Pero me he propuesto que, con la ayuda del Espíritu Santo, una cosa no cambie:
YO Y MI CASA
SERVIREMOS AL SEÑOR

Wednesday, December 10, 2014

Los Muebles

Después del nacimiento de cada uno de nuestros hijos, siempre hubo una cita de control con el ginecólogo. Entre sus recomendaciones, siempre hizo mención del sofá del dormitorio como el lugar ideal para amamantar al bebé. El asunto es que nosotros no teníamos tal sofá. Pero oyéndolo hablar, uno pensaría que todo el mundo tiene un sofá en su cuarto. Nuestros muebles dicen mucho acerca de dónde venimos. Nuestro médico es de familia árabe.

Desde que salí de la universidad hasta que me casé, mis muebles fueron utilitarios. Los bancos del desayunador los compré en el mercado. Y la mesa del comedor surgió cuando mandé desarmar un carrete de madera (de los que se usan para enrollar mangueras industriales) y ponerle cuatro patas. Mi cama la había mandado a hacer mi papá – base de madera de san juan, colchón sencillo – cuando yo era un chico. Los muebles de mimbre de la sala tienen casi mi edad; aún recuerdo cuando me escondía dentro del sillón.

Cuando nos casamos, Abbie comenzó su ardua tarea de domesticarme. (¡Todavía no termina!) La mesa de carrete cedió el paso a una más decente que compramos en un viaje a Valle de Ángeles. La cama unipersonal pasó a otra recámara para dar lugar a la cama matrimonial que Abbie importó de la casa de sus padres junto con un aparatejo que se pone atrás de la cama y que, según dicen, se llama “respaldar”.

Con la llegada de Hansi, mi mesa de dibujo de madera de caoba en barniz natural se convirtió en un cambiador laqueado en blanco. De un tronco de san juan que compré en la calle sin saber que era ilegal, Abbie mandó hacer un lindo gavetero. Con cada bebé, Abbie se hizo de una mecedora para amamantarlos. (¡Menos mal que no fueron sofás!) La cuna que vio crecer nuestros tres bebés fue un obsequio de mi madre.

En fin, esa cuna hoy está en otra casa, viendo crecer a otro bebé. Una de las mecedoras y su pareja están en el porche de nuestra casa. El cambiador volvió a ser mi escritorio, complementado por un hermoso tablón que me regaló Jorge Velásquez. La mesa del comedor es ahora otra y nuestra cama es otra, pero conservamos los muebles de mimbre y la cama de san juan.

En mi experiencia, cuando uno llega a tener su propia casa, es mejor no afanarse demasiado por amueblarla. Los muebles encierran historias en sus tapices. Unos son viejos, otros nuevos. Unos vienen, otros van. Unos se compran, otros se heredan. No te apresures en escribir tu historia en un solo día. Si Abbie y yo hubiésemos salido a endeudarnos para amueblar la sala sólo porque estaba vacía, seguramente nuestros amigos no nos habrían regalado los preciosos muebles que hoy tenemos. O la cama de Ian. O la mesa de picnic del patio. O tantas otras piezas que, si bien son materiales y perecederas, para mí son un reflejo del Padre bueno que tenemos en el cielo, que sabe de qué cosas tenemos necesidad.

Wednesday, December 3, 2014

Del Mantenimiento y Otras Perpetuidades


Cada vez que digo que, financieramente hablando, es mejor alquilar casa que comprarla, una esposa me lanza misiles de sus ojos. El descalabro financiero mundial del 2008 nos demostró que, contrario a lo que siempre nos dijeron los abuelos, las propiedades NO SIEMPRE aumentan su plusvalía con el tiempo. Por lo tanto, debemos dejar de decirnos a nosotros mismos que una vivienda es una inversión cuando en realidad es un gasto.

Por naturaleza, una inversión es algo en lo que meto dinero para sacar más dinero; mientras que un gasto es algo en lo que meto dinero para no volverlo a ver. Comprar un negocio es una inversión. Una herramienta de trabajo es una inversión. La compra del supermercado de la quincena es un gasto. Las vacaciones en crucero por las Bahamas son un gasto. En realidad, ninguno de los dos términos obliga a que sea bueno o malo. Por ejemplo, el negocio puede haberse comprado en un mal momento y encontrarse en bancarrota seis meses más tarde. Esa fue una mala inversión. Asimismo, compramos los víveres porque son vitales para nuestro sustento. No hay nada malo en eso.

Quien compra casa, pronto se da cuenta de que además del costo del bien en sí hay una serie de desembolsos que realizar. Gastos legales, registros, impuestos, tren de aseo y cuantas tasas y permisos el gobierno establezca. Algunos de éstos se pagan una sola vez; otros son anuales. Pero esto es mínimo comparado con otros gastos.

Recuerdo a un ingeniero con quien trabajé. Él estaba alquilando una casa en la Pavón, una colonia construida por IMPREMA para beneficio del gremio magisterial. Cuando el huracán Mitch golpeó el país, la casa se inundó. A diferencia de la gran mayoría de sus vecinos - que eran dueños de las casas - él empacó sus cosas y salió a buscar otra casa que alquilar en un lugar que no estuviera anegado por las aguas. Fueron los dueños de la casa los que tuvieron que bregar con los efectos de la inundación.

Cuando nosotros alquilábamos casa, la dueña pagaba las reparaciones y mejoras. Repellar la pared central: pagado. Cambiar las tejas: pagado. Reparar el sistema eléctrico: pagado. Pintar la casa: pagado. Ahora que somos dueños, la cosa es distinta.

Con las lluvias recientes, aparecieron fugas y goteras en varios puntos. Una de las filtraciones más serias es la que se produjo bajo el tanque de almacenamiento de agua. La reparación implica vaciar y desmontar el tanque para impermeabilizar la losa sobre la cual descansa y sellar otros puntos de filtración. Pero es muy difícil hacer todo esto mientras llueve, por lo que hemos tenido que esperar un clima más favorable. Mientras tanto, las goteras siguen, dañando el cielo falso, desprendiendo el yeso, y manchando la pintura. Además de esperar pacientemente, ¿qué más puede hacerse?

Dicen que una casa nunca está realmente terminada. Siempre hay algo más que hacerle. Un retoque de pintura aquí. Una remodelación allá. Una acera que agregar. Sí, es un gasto. Pero es nuestra casa. Es una bendición de Dios y queremos cuidarla lo mejor que podamos.


Wednesday, November 26, 2014

4 Años, 4 Pies

Mudarse a una casa nueva es, sin duda, un momento memorable. Por lo cual me resulta difícil creer que no encuentro en mis memorias un registro claro del día en que nos mudamos. (¿Habré estado demasiado cansado?) No recuerdo cuando metimos ni las camas, ni las cajas; ni la ropa, ni los platos. Curiosamente las cosas que se adhieren a nuestra memoria no son siempre las de esperar. A veces es la imagen de un niño acostado en las gradas.

Siendo el tipo lógico y práctico que soy, diseñé nuestra casa con medidas moduladas en torno a los paneles de steirofoam reforzado con que construiríamos. Siendo que los paneles miden 4’x8’ (1.22m x 2.44m), los espacios sociales miden 3 paneles x 3 paneles; las habitaciones: 3 paneles x 6 paneles. Otros elementos fueron diseñados en fracciones simples de los paneles. Por ejemplo, las ventanas miden 3’x4’ (0.915m x 1.22m). Así los paneles se cortan con un desperdicio casi nulo.

Las gradas principales tienen pasos de 3’ (0.915m), no porque sean construidas del mismo material, sino porque son de madera de pino y la industria maderera trabaja en pulgadas y pies, no en sistema métrico. De una pieza 2”x12” de 12’ salen cuatro pasos de 3’ para las gradas. Pero los dos pasos que bajan el nivel del vestíbulo hacia la sala y el comedor juegan un papel distinto. Más que simplemente para subir y bajar, sirven para unificar los ambientes. Como elementos que abren el paso de un espacio a otro, merecen un tratamiento menos utilitario. Por eso miden 4’.

Fue en una de estas gradas donde se acostó Ian cuando tenía cuatro años. No sé cuánto tiempo teníamos de vivir ya en la casa, pero esta es una de las imágenes más tempranas que ha quedado registrada en mi memoria. Nuestro muchacho tenía ya cuatro años y medía exactamente cuatro pies. Lo sé porque quedaba justo entre los laterales de perfil de madera a uno y otro lado del paso. No sé por qué eso nos produjo tanta risa a todos los que estábamos presentes. Quizás sería la emoción de Ian al sentir que ya cabía justo en un espacio que antes no llenaba. Talvez la inesperada congruencia entre su edad y la dimensión de la madera. No lo sé, pero fue un momento feliz y memorable.

Aquel momento fue hace cinco años. Pero lo reviví recientemente; esta vez con Joy. Desde que nació, ella sólo ha vivido en esta casa. Aquí aprendió a caminar y a subir gradas. Ahora es ella quien tiene cuatro años. El otro día la encontramos acostada en la misma grada donde su hermano lo había hecho. Ahora es ella quien cabe justa en un espacio que antes no llenaba. ¡Cómo pasa el tiempo!

Thursday, November 20, 2014

Corto Circuito


El día que finalmente estás instalando los portones de tu casa, crees que ya estás listo para cargar el camión de la mudanza. Sólo es asunto de soldar las bisagras a los soportes que salen de las columnas. Si el albañil olvidó fundir dichos soportes (como fue nuestro caso), sólo es asunto de taladrar las columnas, instalar unos expansores metálicos y soldar las bisagras. Lo que no esperas es que el instalador taladre justo en la ruta de la acometida eléctrica, ocasionando un corto circuito que te deja la casa sin electricidad.

Gracias a Dios, el incidente no hizo mucho daño. Los “breakers” se dispararon y, como no nos habíamos mudado aún, no había nada “dañable” conectado a los tomacorrientes. Sólo se fundieron los balastros de un par de lámparas, y el electricista hizo una readecuación de piezas con otras lámparas, a manera de dejar algo funcional. La lámpara de la entrada por la lavandería fue una de las donantes, mientras que la lámpara grande de la cocina cedió uno de sus tres balastros.

El plan, por supuesto, era comprar los balastros durante los próximos días para reconfigurar las lámparas. Pero hace ya varios años de eso, y la lavandería sigue a media luz. La ferretería que nos vendió las lámparas no tenía repuestos, y los balastros genéricos que se encuentran en el mercado local no cumplen con las especificaciones. Internet no ayudó en mucho más que en notificarme que el fabricante de nuestras lámparas parecía haber desaparecido. Hasta hace poco, cada vez que me encontraba en una tienda de accesorios eléctricos, me daba una vuelta por el pasillo donde exhiben los balastros, pero nunca encontré lo que necesitaba.

Un día, aprovechando que tenía desarmada otra lámpara igual en la lavandería para cambiar la candela, le tomé una foto al balastro y se la envié a un amigo, ingeniero en electrónica. Quizás él tendría un suplidor secreto; algún contacto en el bajo mundo del mercado negro de componentes electrónicos. Escasos diez minutos más tarde, me estaba enviando una foto del sitio donde podía comprar el repuesto original: amazon.com. ¿Por qué no se me había ocurrido antes?

He comprado en amazon antes, pero nunca balastros electrónicos. Aun así, comprar ese balastro no debería ser problema alguno. Mas por alguna razón, no he querido comprar el repuesto de una lámpara sin el de la otra. (No quiero que se me resienta, ¿entiendes?) Pero eso implica desarmar la lámpara grande de la cocina para tratar de identificar el balastro que debería estar allí, pero que no está. O algo así. Porque francamente, en este momento tengo dudas: ¿eran realmente dos balastros? Si consideras que la electricidad no es mi fuerte, y que quizás necesitaré hacer más interconsultas para entender bien algo tan sencillo, quizás comprenderás mi titubeo. A veces resolver problemas pequeños requiere mayores molestias que las que ocasiona el problema en sí. Por eso los vamos dejando y dejando. Así, las zorras pequeñas, echan a perder las viñas.

Y sin embargo, a veces hay cosas grandes que pueden ser desestimadas como poca cosa. ¿Mencioné que el instalador del portón es el mismo tipo que me dejó torcido el techo? No obstante, si hoy necesitase un soldador, no dudaría en contratarlo. Un accidente le sucede a cualquiera, pero no cualquiera tiene carácter. Y a pesar de todo, este es un hombre decente, inteligente y trabajador. Estoy seguro de que si estuviese a la mano, me ayudaría a resolver mi problema con los balastros.

Wednesday, November 12, 2014

Caliente y Frío


En los orígenes, cuando Dios creó los cielos y la tierra, “aún no había hecho llover sobre la tierra, ni había hombre para que labrase la tierra, sino que subía de la tierra un vapor, el cual regaba toda la faz de la tierra.” (Génesis 2:4-6) En el perfectamente controlado ambiente del huerto de Edén, el hombre andaba desnudo sin preocupación por el clima.

Una serpiente, un engaño y una desobediencia después, y la primera pareja se halló recibiendo las consecuencias de su pecado. No sólo serían expulsados del lugar de delicias, sino que de ahora en más vivirían diversos dolores y la maldición de la tierra, de la cual ahora comerían con el sudor de su rostro. Desde ese día cuando Dios cubrió a Adán y a Eva con pieles para que se enfrentaran al exilio de Edén, hemos necesitado protegernos de los elementos del clima. El calor y el frío, la lluvia y la sequía, la nieve y las tormentas de arena; hemos logrado adaptarnos a todos con ingenio y con el sudor de nuestro rostro.

Debo confesar que no termino de entender la aversión que muchos le tienen al sudor. Después de todo, cumple una función importante en regular la temperatura del cuerpo. Claro que, si puedo escoger, prefiero estar en lo fresco que en el calor. Pero no siempre tenemos ese lujo. Ahí, pienso yo, lo mejor es acomodarse lo mejor posible y tener un corazón agradecido. ¿Hace calor? ¡Gracias a Dios, porque es bueno para las cosechas! ¿Hace frío? ¡Gracias a Dios, porque dormiremos rico! Mi filosofía no es compartida por la mayoría, lo sé. Por eso generalmente prefiero que controlen el aire acondicionado según el termostato de los que son propensos a quejarse del calor o del frío, y no según el mío.

El diseño de la casa contemplaba circuitos eléctricos para alimentar una unidad de aire acondicionado en cada habitación, aunque no teníamos presupuesto para comprar las unidades. Los primeros años nos aclimatamos con ventiladores de techo y abrir ventanas. Después del susto nocturno que nos dieron las vacas rumiando en el potrero vecino, y una vez acostumbrados al ruido de los camiones en la carretera, dormir junto a la ventana abierta era lo suficientemente fresco. Claro que habría sido mucho más fresco si las ventanas del otro lado de la habitación también hubiesen estado despejadas, pero no sería así porque, como pronto me hizo entender mi esposa, el mundo entero se congregaba afuera de esa ventana para vernos dormir.

El día que alguien nos obsequió una unidad de aire acondicionado, decidimos instalarla en la habitación de las niñas. Lo mantuvimos en secreto de Hansi hasta que llegara de la escuela. Cuando lo vio, ¡gritó y saltó de alegría! Francamente no esperé tanto entusiasmo, pero verla tan feliz me hizo pensar que talvez no sería tan malo tener aire acondicionado en las otras habitaciones. Lo cual logramos con el tiempo.

Una de mis funciones patriarcales en la casa Rodríguez Jallú es mantener la cordura termostática de la familia. Podemos usar el aire acondicionado para dormir más cómodamente, pero a una temperatura razonable y con un temporizador que apagará automáticamente la unidad en unas horas. Lo mismo con el calentador de agua, que también fue un obsequio. En mi mente, si hace tanto calor como para requerir el aire acondicionado, entonces deberíamos bañarnos con agua fría; y si hace tanto frío que necesitamos calentar el agua con la que nos bañamos, entonces no necesitamos el aire acondicionado para dormir. Pero esa es una batalla que pierdo más frecuentemente de lo que me gusta admitir.